sábado, 14 de julio de 2012

Los trozos


Adiós mamá.  Se cierra la puerta y el pasillo se extiende. No son horas de salir disparada por los aires, estás recién cosida de por dentro. Si fuerzas los movimientos, puede romperse algo. Puede llenarse de sangre, escandalosa, las bragas y el suelo.

Adiós mamá. Me voy a escurrir por la pared, si soy más agua que materia sólida, voy a buscar el suelo, pues no son horas de salir disparada por los aires. Pasan los segundos, pasan varios grados de luz y de sombras al otro lado de la ventana y las rejas.

Desde aquí bajo, mamá, adiós, todo es inconmensurable. Se me agotan las palabras, voy tan escasa siempre de verbos. Pero desde el suelo, desde esta bajeza, desde la herida íntima, que no veo, que sólo puedo intuir, puedo dejarme vencer. Ese un lujo, dejarse ver en plenitud las fracturas, decirse las carencias.

Mamá, me estoy diciendo sola las carencias, mientras me tumbo en el suelo y dejo que pase el polvo y la luz se disipe. Ocho de la tarde, verano, la tierra, la agonía de la tierra, yo desmembrada por dentro, recosida.

En realidad tengo pocos años, apenas llego a la decena. Todo lo demás es una arquitectura industrial que alguien inventó sin saber qué hacía. Lo sé. Yo jugaba en un sótano que se había inundado, donde olía como huelen los sótanos en que el agua ha estado contenida. Así olía el baúl de disfraces. Así olían mis muñecas y sus vestidos. Hoy, en este repositorio de silencios, madre, me dejo caer en la madera del suelo y soy la misma, madre, soy la misma, de hace veintidós años. Madre, es todo tan inconmensurable, madre, me siento tan la misma, pero tan hecha a los trozos. Tan hecha a los trozos, mamá.

lunes, 9 de julio de 2012

Constelaciones

Tengo este pulso negro de melancolía.
El doctor lo descubrió cuando buceaba en mis vísceras en busca de no recuerdo qué.
Quedé con todos los cortes repuntados en plata y la piel macilenta y superpuesta.
La piel abocada, cicatrizada toda; metros de cicatrices que llevan a la primera luz  o a las últimas contenciones de la noche.
El doctor dijo:
"Tú no tienes sangre, esto es un hormiguero de melancolías, casi que me trepaban por los brazos, casi que se me hacen a mí, como se hicieron a tu hígado o a tu intestino armado de negruras, chica".
Ya lamía yo mis laceraciones.
Ya lamía yo la arritmia de este pulso.
Ya salía, ya, y unía la línea de puntos de mis marcas para dibujar otra constelación.