lunes, 10 de junio de 2013

El tacto del limo

Yo vi cómo me miró G. y no quise hacerle ningún caso. Vi cómo me miró a cien kilómetros de distancia. Y cómo cada vez que yo pronunciaba palabra, él me miraba desde más lejos, y desde más lejos, y mientras me cogía de la cintura, porque hay cosas que un hombre, un hombre como G, un hombre cualquiera, un hombre y todos los hombres, no pueden dejar de hacer. Ahora ya no sé si lo que hacía era sostenerme la cintura y calibrar como se hacía líquido y se acoplaba a su mano o si sólo me acariciaba un hombro, con temor, con ansia viva y con temor. Yo vi cómo me miró G y cómo al otro lado de sus ojos me hablaba  flojito y me decía chiquita qué haces aquí bailando en el borde del desfiladero, porque sé que dijo desfiladero, de eso estoy segura, y yo hablaba sin parar para no acordarme de nada por los siglos de los siglos, y a G le crecía una pena redonda y colorada como un sol primero y no se movía pero quería empujarme a que me fuese de una vez o se pondría a llorar por mí y las demás niñas que creen que no pueden tropezarse jamás. Y otra vez, otra vez también vi cómo me miró S con la misma pena que G pero con mucha más rabia. Yo vi cómo me miró S y se me quedó callado, bien separado, a tres metros, a cinco metros, a ocho metros. Y tampoco me dijo nada, porque se le veía que tenía una cosa atragantada en la boca del estómago, que ya no sé si era la cuerda de cáñamo sobre la que yo me volteaba o era cualquier otro pesar, así que no me dijo nada, pero se veía bien que cuando me miraba me hablaba, con su voz de señor que ha encallado en muchos puertos y busca una navegación serena de una vez, y entonces me decía no te voy a tocar, así, hembra o pozo negro, no te voy a tocar. Y también que a qué mierda juegas. Y lo decía muy serio, aunque no hablase. Me miraba muy serio, con pena y con rabia y con dolor y me parecía que decía algo de que por qué tanta luz y por qué tanta sombra. Pero yo no le escuché. No le quise escuchar a S. Como no le quise escuchar a G.